¿Qué si es posible ser
católico? De que lo es, lo es, aunque con algunas lecturas de la filosofía de la historia y particularmente
centrándome en la filosofía griega nacida con Sócrates, me resulta inverosímil
la existencia del mitológico Jesús, pilar de la religión católica. Me parece
que no es más que una versión remozada de Sócrates, fabricada por varios
glosadores griegos y romanos que con el correr del imperio descubrieron la
oportunidad de consolidar su poder a través la religión. Respecto de Sócrates,
incluso respecto a él también tengo mis dudas acerca de su existencia, pues más
bien creo que es un alter ego idealizado de Platón. El punto que les une es que
ambas figuras reconocen -más allá de las virtudes que a todos nos han enseñado- una
presencia e impulso inicial que motiva su actuar.
En el caso de Sócrates aquel
Daimón esta constituido por el designio de los dioses enunciado por el Oráculo.
Pese a lo rompedor del método socrático y al giro fundamental que este le da a
la historia de las ideas, es un personaje que esta inserto en su tiempo y
lugar, puesto que pese a lo peculiar de su actuar, todo cuanto hacía tenía su
origen en la profecía del oráculo. Que decir de Jesús, el hijo del hombre (o
hijo del Daimón debiéramos decir) que todo cuanto hizo con su subjetividad no
fue más que el cumplimiento de los designios de Dios padre. En un momento Jesús
titubea: si no lo recuerdo mal, es en el monte de los olivos en el que Jesús
clama a Dios »¡¿Por qué me has abandonado?!«. Su Daimón le ha condenado a dejar
la existencia terrenal y no conociendo otra, el corpóreo Jesús, evalúa estos
designios por breves instantes como una traición. Probablemente Sócrates sintió
algo parecido en algún momento, pues en su afán de falsear la palabra del
oráculo y provisto de su ironía, se vio condenado a morir por los designios de
su Daimón.
¿Podemos realmente contemplar
como figuras evocadoras de la
sabiduría a Sócrates y a Jesús sabiendo que finalmente todo su ministerio
radicó en dar ejecución al impulso de un supuesto Daimón, genio o Dios, anterior
a ellos, que les susurró al oído sus deberes? Desde luego, y omitiendo la
respuesta a una pregunta tan comprometedora, diría que en cualquier caso, ambas
figuras carecen del mérito para reconocer en ellas verdadera radicalidad de
subjetividad.
En últimas, ninguno de ellos
adoptó un camino por la vida con libertad radical que es la de
responsabilizarse de los propios pasos sin acudir a un Daimón como impulso en
el actuar. Es cierto que todos tenemos un algo misterioso que nos mueve a ser
actores, pero me temo que los referentes de subjetividad que históricamente
hemos adoptado nos conducen al peor de los relatos de predestinación posibles
que tienen que ver con la existencia superior de Dioses a los que debemos
respeto y sumisión. Ello inevitablemente nos educa en la obediencia y en la aserción
de verdades incuestionables.
Con estas limitaciones
iniciales y careciendo nuestra libertad de la radicalidad que deviene de
responsabilizarnos de nuestro pasar, es bien poco el margen que tenemos para ser
actores de nuestra existencia, estando condenados a adecuar nuestras
existencias a los cánones socialmente aceptados.
Si me preguntan con quién me
quedo, me quedo con Sócrates. No el griego, sino el brasilero, el doctor
Sócrates. Futbolista como hubo pocos, campeón del mundo con esa mágica
selección de Brasil del año 70, fue un activista político a través del futbol
conformando la democracia corintiana de su club, el Corintians de brasil. En un
tiempo en el que Latinoamérica estaba asolada por las dictaduras, el Doctor
Sócrates promovía la vinculación democrática del grupo humano que conformaba.
Sin pretender ser modelo de coerción alguno sino una subjetividad radical,
Sócrates fue un borracho empedernido, muriendo de cirrosis hepática sin tener
más de 60 años de edad. Un joven que hasta bien entrados los años de su
existencia, jugó futbol en ligas de fútbol semiprofesionales. No será modelo de
subjetividad de nadie como si lo fue su tocayo, pero sin duda la vida y muerte
de Sócrates nos dan cuenta de alguien que si se hizo cargo de su vida sin
apelación a Daimón alguno. Vivió y murió en su ley. A fondo.

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