ALONSO QUIJANO
No sé si será ya el efecto del encierro prolongado, como
parte de esta locura colectiva que comenzamos a experimentar paradójicamente de
modo intimo e individual, pero la fe a ratos parece flaquear y la vida exterior
y la vida anterior parecen ya no ser o haber sido más que ficciones, a las que
la falta de la presencia física y del ejercicio de los sentidos del tacto y
olfato va transformando, o más dramáticamente, dejando al desnudo, como
hologramas o proyecciones. ¿Es el advenimiento de esta peste la auténtica
pesadilla? ¿O es que acaso siempre estuvimos confinados, y todo aquello que
designamos como realidad previa fue únicamente un ensayo de evasión, con fugaces
estruendos de clímax parecidos a la felicidad causada por una droga sintetizada
que de golpe se agotó e inevitablemente acabó por perder de súbito sus efectos narcóticos
trayéndome de golpe de regreso a la realidad del confinamiento de la gran pandemia,
siendo la auténtica pesadilla el agotamiento del placebo? ¿O será en cambio,
tal vez, que esto no es más que el gran ensayo general que precede a la
auténtica guerra bactereológica para controlar el tamaño de la población
mundial?
La sospecha escéptica como rasgo característico de nuestras
subjetividades, y que la ciencia ficción fue anticipando y propiciando desde ya
hace una o dos centurias, se ha robustecido a tal punto que ciertos miedos
previstos como productos de la imaginación se han transformado en el oscuro
reflejo de aquel opaco espejo que es la creación. El declive se veía venir, la
crisis cultural era severa: la incapacidad de crear, el culto hegemónico del
refrito, y la oda a la viralización de un hedonismo vaciado de sustancia,
interrumpida por breves disrupciones de esperanza que me parecen hoy ser no más
que aquella calma que precede a la tempestad. Todas aquellas manifestaciones allanaron
el triunfo de la negatividad y la abulia de la imaginación. Correlativamente,
la eterna tentación por la búsqueda de la verdad boicoteo a la imaginación y
sus posibilidades creadoras.
El miedo ya lo ha inundado todo, y la imaginación aprisionada
solo parece posibilitar escenarios cargados de opacidad. Tal vez lo que paso es
que lo que quedaba en mi de humano, lo que en mi quedaba de voluntad creadora,
en un último intento te inventó para suavizar el apocalipsis. ¿Seré acaso un
desbordado pescador de ilusiones que te invento como a un Tyler Durden y en
realidad todo esto no es sino el enorme bucle de un Alonso Quijano que se
prefiere tumbador de gigantes antes que un pobre viejo moribundo? Lo que en
realidad es una verdad, una verdad lastimosa, es que en este mundo en el que la
buena fe se fue al carajo, y en el que los escepticismos propios de la aséptica
moral de la objetividad y el positivismo han conformado las tinieblas más
espesas, es el eclipse de las posibilidades de la ficción e imaginación
quijotesca, aquella que es redentora y en la cual sería posible cobijarse. La
opción del buen relato quedo proscrita el día que la autenticidad se
secularizo, el día que la magia no fue más que ilusión y en definitiva, el día
en que la ilusión acabo convertida en el fruto del iluso, un iluso denostado y jamás
celebrado. Allí la imaginación supo que tenía sus días contados.
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