martes, 10 de noviembre de 2015

5 relatos fracasados para Valparaíso en 100 palabras




Pasarela Bellavista

         Pasar por Bellavista, junto a la aparentemente inútil pasarela de Errázuriz me hace pensar en el respeto arquitectónico con la bohemia identidad porteña. Inútil en su uso principal por poco práctica sigue de todas maneras proveyendo de invaluables servicios comunitarios como servir de escondite a los volaitos para fumarse un pito, proveer de oportunidades laborales a los lanzas que pueden carterear fácilmente a algún incauto borrachín, o incluso transformarse en improvisado cuarto de motel para alguna pareja de calientes sin plata. Lástima que los desubicados no entiendan que pa esas cosas es que está y no pa usarla de meadero.




Aquí esta la papa

         ¿Qué tienen que ver las papas fritas con la lactancia? Nada, salvo para la astucia del ideólogo que les amalgamo secreta y casi desapercibidamente en el mítico cartel del negocio de “aquí esta la papa” de la subida ecuador. Mirado con detención se observa en el cartel una mano apuntando a un cambucho de papas fritas y a su lado, casi desapercibida, la silueta de un pezón con una boca cercándole. Más agudamente se verá que “aquí esta la papa” es en realidad aquí esta “la papa”. Aunque el cartel no lo menciona, la mayo con ajo es lo mejor.


La máquina del tiempo

          Es cierto, yo lo ví: el teatro municipal de valpo rejuvenece a los tatitas. Con olor a naftalina y bien terneados, los tatitas porteños que fueron a ver a Lucho Barrios el 2008 y a Buddy Richard este 2015 salieron del teatro desgarbados con las camisas afuera y el pulso acelerado, lo mismo que las viejitas que salieron sin los churrines que lanzaron al escenario en ofrenda a sus ídolos. Siguieron de farra en el Molinón Rojo y acabaron bailando en el Máscara. En el K-Nibal se bajonearon sendos papapletos. Al otro día, sentados en sus mecedoras, las sonrisas persistían.


Jorge Farías

Una vez terminamos carreteando con Jorge Farias en el rincón de las guitarras. Borracho y con los lentes de sol siempre puestos, nos pedía una y otra vez a nosotros, pobres estudiantes universitarios que pensábamos que el ídolo andaba pato, que lo invitáramos. Al despuntar el alba Jorgito se retiro mostrándonos un fajo de billetes que se había ganado en su periplo bohemio de boleros nocturno.
A su estatua en la Echaurren le falta un brazo. Se lo cortaron no se si para que dejara de empinar el codo o para robarle el fajo de billetes escondidos bajo la manga.


HASTA SIEMPRE

        Con un “hasta siempre” se despide a lo que inevitablemente de deja pero no se quisiera dejar. A diferencia del “hasta nunca”, con que se despide a lo que no se desea que retorne, el “hasta siempre” es la batalla pérdida que de todas maneras la memoria libra intentando ganar al olvido con la promesa de que en el recuerdo la vida resucita. Nunca dije “hasta siempre” salvo el día que dejé Valparaíso. En la distancia, sin saber si volvería a la fraternidad comunitaria de sus cerros y a su contestatario oasis de desorden, Valparaíso imborrable en la memoria, vivía.